Mi caída del cabello comenzó sin que me diera cuenta en 2015 cuando aún vivía en España. En 2017 me mudé a Estados Unidos, año que impactó mi vida ya que me diagnosticaron alopecia areata universalis.

Mi cabello se fue cayendo poco a poco y comencé a notar como cuando me peinaba cada vez me quedaba menos. Compré todo tipo de productos para el cabello, pero ninguno funcionó. Barrer mi casa y ver la cantidad de pelos en el suelo me horrorizó.

Un día, le mostré las áreas de pérdida de cabello a una amiga que estaba estudiando enfermería. Sus reconfortantes palabras me hicieron comprender que algo andaba mal. Fui al médico y me dijeron que era alopecia areata. Me pusieron inyecciones y me aseguraron que el cabello volvería a crecer. Sin embargo, a pesar de mis viajes al hospital, se me seguía cayendo el cabello y poco a poco caí en la depresión. Lloré cada vez que me miraba al espejo; las inyecciones nunca funcionaron.

La última vez que fui al médico me diagnosticaron alopecia areata universal. Ese día me encerré en mi habitación a llorar. No entendí nada; Nunca había oído hablar de esta enfermedad. ¿Por qué yo? Todo parecía caer en un abismo; Mi cabello seguía cayendo incontrolablemente.

Siempre me han encantado los sombreros. Un día compré unas extensiones y las cosí yo misma en un sombrero para simular mi cabello. Lo usé durante mucho tiempo, pero no fue suficiente; Me sentí feo y extraño.

Una noche, mi hijo me sugirió que me probara una peluca. Aunque tenía miedo de que se viera raro, compré muchas pelucas, sombreros, turbantes, etc. Perdí mucho dinero y tiempo tratando de encontrar algo que me hiciera sentir realmente bella y cómoda porque se hizo inevitable usar sombreros, pelucas, o turbantes ya que me había quedado completamente calvo.

Esto me devastó. Toda mi vida había sido una mujer muy segura de sí misma con una personalidad fuerte, divertida y brillante. Perder el cabello fue atenuando mi luz, haciéndome perder mi autoestima, mi identidad y cambiando mi visión de la vida.